Reencuentros

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El encuentro se repetía. Aquellos tres eran amigos, colegas y compañeros desde hacía mucho. Acaparaban todo el banco de madera. Era cómodo y acogedor como un sofá para Mingo, Rafa y Pedro, que parecían tener hechos los culos y las maltratadas espaldas a esos listones de madera, de forma que no se sabía dónde empezaba el banco y dónde acababan sus cuerpos. Un poco más allá había otro banco igual, pero vacío, y donde la vista se nublaba por la distancia, movimiento de otras personas en lo que podría ser un banco igual al suyo. Aquello era el cielo.

Hacía tiempo que los dolores de los tres jubilados se fueron y por fin pudieron ser los propietarios de sus agendas. Ahora se reencontraban a cada momento para recordar batallitas y cruzar distintos puntos de vista. No está claro cuál de los tres fue capaz de afirmar que «hay jefes buenos y malos: en el fondo, los jefes son como las personas…» y con cositas como esa podían estar hablando, disertando y riéndose horas, días, o todo el tiempo que les diese la gana. Sin prisas. Aquello era el paraíso.

A veces, alguno decía que hacía nada le pareció ver a alguien del centro de trabajo por allí, sin poderlo asegurar. Todo era posible, siempre hubo mucho fantasma de la propia y otras compañías. Y eso daba tema para resucitar a uno y otro personaje y volver a reír hasta la carcajada, porque así eran ellos y allí se podía, sin miedo a represalias: aquello sí era vida, y no la de antes de morirse.

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