Enfermísimo

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A aquel enfermero se le veía siempre sonriente y de buen humor; y cada gesto suyo durante el turno demostraba que tenía oficio. Era hiperactivo dentro y fuera del trabajo, y se tenía creído que llevaba el buen ambiente consigo. En realidad, se daba a querer por la mayoría de la gente que lo rodeaba, incluidos los pacientes.

Entre ellos, cada cual tenía su propia personalidad y algunos destacaban por una especie de serenidad, que se presuponía inducida, y un desconcertante acierto en la práctica habitual en de cierta comunicación filosófica. También es verdad que no solía haber debate ni discrepancias públicas con palabras entre enfermos. Casi siempre bastaba con darse la vuelta y ya.

Le sorprendió cuando uno de los más viejos y respetados le dijo:

– Te gusta esto, ¿verdad?

– Claro, me encanta mi trabajo.

– Aparentas que te gusta mucho y así te será más rápido adaptarte.

– Sin duda. A mí me gusta venir a trabajar.

– No, yo digo que te será más fácil cuando se acabe tu vida laboral.

– Uf, queda mucho para jubilarme…

– Igual no llegas a jubilarte y terminas como un paciente más.

– ¿Por qué dice eso?

– ¿En serio…? ¿No te has dado cuenta de que los únicos felices somos los ingresados? No hay otro de tus compañeros como tú. Piénsalo, y no te apenes: aquí se puede ser feliz.

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