Toxinas

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Los sapos envenenaron duran siglos las relaciones con los humanos. No, no inoculan veneno, pero sí que son tóxicos y ellos lo sabían. Unas glándulas en su piel secretaban una sustancia que, solo menos de media hora, hacían flotar a quienes se atrevieran a llevarse la piel del sapo a los labios.

Otras mujeres, sin títulos nobiliarios, se dieron cuenta del suceso al ver cómo ningún príncipe recordaba haber sido sapo, y utilizaron aquellas toxinas para darle fuerza a brebajes inocuos sin ellas. Pero aquellas brujas malditas fueron perseguidas y asesinadas por tener en sus manos más poder que la mujer común de la época.

Mientras tanto, las sapas observaban horrorizadas. Huyeron de los espacios terrestres y saltaban mucho más que los sapos, lo que dio lugar a las diferencias físicas entre ambos. Sin embargo, en la cabeza de cada sapa se acumulaba la vergüenza por pertenecer a la misma especie que los presumidos sapos envenenados. Ellas no necesitaban reconocimiento o mimos de humanos para crecer como anfibio o batracio, se bastaban de su propia autoestima y su capacidad de supervivencia.

Han pasado muchos muchos años, hasta que los humanos aprendieron que no se deben besar los sapos, para que ambos géneros vivan en paz y compartan los principales intereses. Pero, aún hoy, se puede encontrar alguna sapa recriminándole a un sapo: ¿de verdad dependía de los humanos?

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