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«Comprueben que su cinturón está bien abrochado y ajustado, inclinen su cuerpo sobre las piernas y pongan las manos sobre su cabeza. Vamos a tomar tierra en un campo de cultivo y hay muy pocas posibilidades de que esto salga bien».
Miró al clérigo que tenía al lado, que tenía los ojos desorbitados y, ante su asombro, el tembloroso guía espiritual, dijo: «Vamos a morir todos». Él tomó la posición que le habían dicho, rezando como recordaba y, quizás por estar tan cerca del cielo, se arrepintió de haberse convertido en ateo.
Por suerte, o lo que sea, solo unos cuantos heridos leves y ningún fallecido fue el resultado de aquel aterrizaje forzoso. Cuando estaban ya en manos de los equipos de emergencia, se atrevió a preguntarle al cura por qué no había rezado y este le contestó: «Si hubiese pensado que había una posibilidad de sobrevivir, lo hubiera hecho».