Calima

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«¿Tomamos un café o algo?», «Claro, tío, pero sin entretenernos demasiado». La aceptación cambió la cara de ibán, con be, porque le tenía mucho aprecio a Yurenita y la veía muy poco. Encontrarse por casualidad y disfrutar de su compañía un ratito era un lujo.

Se sentaron y, aunque pareciera contradictorio, ella pidió una cerveza y él un café. En realidad, ella bebía más que la mayoría de sus amigos y, por lo tanto, le resultaba normal que el alcohol fuera para ella y el café para el pringado de Ibán. De todas formas, se excusó por no acompañarla con una bebida.

̶  Uf, llevo desde ayer con dolor de cabeza. Debe ser la calima…

̶  Pues dicen que empieza hoy. ̶  Advirtió Yurenita.

̶  Yo es que parece que la huelo un día antes y, al final, cada vez me saca más tos y mocos y, como no, estos dolores de cabeza.

̶  Pues hazte a la idea, tío, dicen que esto va a ser cada vez más frecuente.

̶  Que va, Yure, esto es solo una carrera de camellos en Fuerteventura… ̶  Me da que los camellos con carrera tienen más futuro aquí que en cualquier lado. ̶ Inquirió la chica, con una sonrisa torcida que parecía a juego con sus gafas oscuras. ̶  Bueno, lo que tú digas: yo entiendo más de burros que de carreras.

Ibán sabía que a Yurenita había que respetarla, no solo por aquel famoso carácter fuerte que tenía, sino porque estudió en la universidad, aunque fuese solo de camarera el trabajo que consiguió.

̶  ¿Dónde trabajas ahora, Yure?

̶  Donde no va gente de campo, tío. No te iba a gustar el sitio… Música alta, muchas luces…

̶  Bueno, yo es que no salgo de noche. Soy un vampiro retirado. En realidad, estoy en la ciudad nada más por comprarle al mecánico piezas del coche, que si no es por eso no me ves el pelo por aquí.

̶  Verte el pelo es cada vez más difícil. Todos calvos en la familia desde jóvenes, Ibán. Será la calima. La verdad, hay tanta calima que cuesta ver algo con claridad.

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