Hace cuarenta años, sonaba música que todavía oigo. Hace cuarenta y un años, había hierba que olía como la de ahora y chocolate con ese olor característico y el cuerpo blando, granulado y pastoso, como la mejor crema que todavía en cualquier mano se calienta, se mezcla, y huye convertido en humo encantadoramente oloroso.
Pero entonces estaba prohibido reír por la calle o hablar en voz alta; poner cualquier música que no fuera militar o sacra; comer carne, a no ser que pagaras no sé qué bula y cuidarte de estar más callado, todavía, cuando salía la procesión del silencio.
Y todo eso era aquí, aquí mismo y no en otro lado. El mismo Estado que se sigue transicionando desde el nacionalcatolicismo o la heredad borbona, por los mismos curas de ahora y la misma monarquía arropada por Franco, que tomó posesión dos días después de muerto el dictador, sin necesitar más respaldo y sin encontrar alguna oposición.
La misma familia de jefes de Estado, la misma religión, el mismo himno nacional y el mismo sitio donde se lució tanta opresión que sigue grabada en las memorias silenciosas de muchos supervivientes. Fue aquí mismo y no en otro lado.
Un puñado de microcuentos y microrrelatos 
Como si no hubiera, o siga pasando nada.
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