Como lo cuento

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Se cuenta que el pasado pasó al olvido y la vergüenza se convirtió en un orgullo recién nacido sin procedencia reconocida: los cuentos habían sido prohibidos.

La gente se volvió poco expresiva, introvertida, y la sociedad se apagó; asustados todos por la posibilidad de ser denunciado por cuentista: eso terminaba siempre muy mal para el acusado.

Fue el final de la literatura; de las letras de canciones, del cine y el teatro… No sin antes poner en valor una versión oficial del único informativo, del único libro, que pasó a ser religioso e indiscutible: tan indiscutible como todo lo que provenía del Estado.

Alguien podría decir que aquello se acabó «por suerte», pero les estaría mintiendo. Que nadie les venga con cuentos, que si no es por la revolución popular que desenmascaró a aquellos gobernantes, hoy no le estaría contando esto.

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